sábado, 2 de septiembre de 2017

Condiciones para la existencia. Contradicciones, opresión y complicidad.



     Hace poco compartí en redes un fragmento del libro El precio de la Transición de Gregorio Morán, en el que reflexionaba sobre el negacionismo español. Morán decía que como condición para el tránsito a la democracia se nos convirtió en un reino de desmemoriados. Es decir, se nos dijo que debíamos olvidar y que debíamos considerarnos iguales ante al pasado, fuera cual fuera nuestra historia. Pretender partir de cero, y establecer tabula rasa como solución común, implica negar los relatos de opresión y violencia todavía vivos en, y supone también, de manera incuestionable, partir de una desigualdad. Una desigualdad en aquel presente iba a construir el futuro necesariamente de una manera también desigual. Hay algo interesante en vincular la cuestión de la desmemoria con la figura del oprimido cómplice. Son problemas que parecen conectados en gran medida o quizá, directamente, expresiones próximas de la misma narrativa. El problema no afecta, desde luego, solamente al caso español, ni se vincula sólo con cuestiones relativas a la ideología política. Es interesante preguntarse, de hecho, por el papel que las subjetividades tradicionalmente consideradas subalternas, respecto al género y al sexo, tienen en este espacio cultural y político de la desmemoria contemporánea

     Además de lo escalofriante que ya es de por sí que la extrema derecha esté avanzando posiciones en Europa (delante de nuestros ojos y sin que entendamos aún que efectivamente está ocurriendo), no deja de ser pasmoso que personas homosexuales estén en los equipos directivos de estos movimientos; cuando no directamente liderando feroces campañas filofascistas. O que personas transexuales apoyen a organizaciones ultracatólicas, y se coloquen en la primera fila de sus manifestaciones sujetando la pancarta con mensajes transfóbicos.¿Es esta una de las consecuencias de haber establecido un reino de la desmemoria como único lugar posible desde el que construir un nuevo consenso? Dar la espalda u olvidar (quizá interesadamente) la historia del colectivo al que se pertenece, que ha sido tradicionalmente (y sigue siendo) oprimido por este tipo de asociaciones políticas y religiosas, es lo que convierte  a estos relatos de complicidad en contradictorios, y muchas veces en incomprensibles. Quizá podríamos leerlos más bien como el triunfo definitivo del lenguaje liberal, y la imposición del mismo como contexto pragmático para nuestros cuerpos e identidades. Un liberalismo hiperbólico que ha conseguido limar todos los significados hasta despolitizar cualquier contenido.  

     Decía Simone de Beauvoir que el opresor no sería tan fuerte si no tuviera cómplices entre los propios oprimidos, y es algo que, a pesar de haber interiorizado como teoría, nunca deja de producir desasosiego cuando lo conocemos de primera mano. Percibimos el relato del oprimido cómplice como una experiencia de fracaso. Y no sólo porque vaya en contra de forma más o menos directa y clara del colectivo al que ese oprimido cómplice pertenece, sino porque el relato de la propia opresión no ha supuesto un aprendizaje en esa dirección, sino en la opuesta. Se comienza a trabajar en el fomento de la desigualdad, como si no hubiera existido tal experiencia de opresión, o como si directamente no se pensara que todas las desigualdades tienen un elemento común, que es la convención que obliga a habitar un espacio en régimen de desigualdad.

     


     Desde estos movimientos, asociaciones políticas o partidos conservadores se nos otorga, a las subjetividades subalternas (de género y sexo en este caso), unos mínimos. Se nos proporciona unas condiciones mínimas para la existencia. Evidentemente no se puede articular el discurso de odio como se hacía en otros tiempos (porque la discriminación y sus estrategias siempre mutan), de modo que se camufla mediante esa forma de argumentar que niega la discriminación y la vez la justifica. Se permite la existencia, pero bajo unas condiciones que mantengan el régimen de desigualdad y de control, y se sobreentienda que esa existencia es, de hecho, permitida por el sujeto hegemónico. Un sujeto que se significa mediante la tradicional lógica binaria patriarcal; y que consiente la existencia de las subalternidades siempre que se adscriban a un modelo de comportamiento concreto y ocupen un lugar diferenciado en la jerarquía. Un modelo que reproduzca esa lógica, que la imite y que desde luego no la contradiga. Las formas de discriminación son múltiples y además tienen la capacidad de ir mutando: cambian de signo y de estrategia conforme son identificadas. Por eso creo que es un error leer la lucha de la liberación sexual como una especie de progreso en el que se van avanzando casillas hacia una meta; primero por que corremos el riesgo de confundir cualquier casilla con una meta, y caer en la desmovilización. Y segundo porque caigamos en pensar que cualquier victoria, grande o pequeña, no pueda ser reversible. 

     Creo que cualquier paso en la libertad de autodeterminación es sinónimo de avance en la aspiración democrática. En esa democracia a la que debemos tender, que consiste en que todo el mundo tenga una representación y una enunciación adecuada y en régimen de igualdad. Y creo también que cualquier persona que apoye un movimiento, o unas prácticas políticas, que se sostengan sobre la base de la discriminación, es cómplice consciente de esa discriminación, y por alguna razón le es conveniente participar en su reproducción. 

     La figura del oprimido cómplice en estos casos es a la vez, paradójicamente, un triunfo y un fracaso. Es un triunfo porque, evidentemente, sin la labor de lucha del activismo por la liberación sexual en todas sus formas y expresiones, estas personas no podrían directamente formar parte de estos ni de ningún otro movimiento o asociación política, ni emplearse como participantes en activo de los mismos. Sin embargo es definitivamente un fracaso que esos accesos que ha proporcionado la lucha contra la discriminación se utilicen para seguir fomentando la discriminación, dentro de una lógica excluyente que pretende reproducir desigualdades.



1 comentario:

  1. Es posible que ese cómplice oprimido sienta que, uniéndose a esos colectivos opresores,deja de ser oprimido, pasa a formar parte del grupo, dejando de ser excluido?

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