Antes de suicidarse en Castelldefels en mayo de 1972, George
Sanders dejó una nota explicativa. Cuando encontraron su cadáver, yaciendo
hinchado por los barbitúricos en la habitación del Gran Hotel Rey Don Jaime,
donde se alojaba, hallaron sus últimas palabras manuscritas: "Querido
mundo: He vivido demasiado tiempo, prolongarlo sería un aburrimiento. Os dejo
con vuestros conflictos, vuestra basura, y vuestra mierda fertilizante."
Había decidido quitarse la vida por aburrimiento. Su ex esposa, Zsa Zsa Gabor,
declaró entonces que no podía comprenderlo, sin embargo otras amistades de
Sanders expresaron que el hastío del actor se le había hecho cada vez más
insoportable, y que así lo había manifestado en numerosas ocasiones.
La imagen de su cuerpo muerto fue portada del semanario
sensacionalista español Por qué, y no hubo mayores
especulaciones a propósito de su suicidio; las razones estaban claras: se
aburría del mundo. La historia de Sanders, coronada con la última y extrema
extravagancia del dandy indiferente y hastiado siempre me ha llamado la
atención. No estoy reivindicando su figura (ni esto es una nota de suicidio
encubierta, evidentemente), pero sí es cierto que su determinación final vuelve
a mis pensamientos cuando reflexiono sobre el hastío y el aburrimiento.
Quiero hablar sobre el desgaste, sobre esa sensación de cansancio tan peligrosa que produce estar subiendo siempre la misma escalera, derribando el mismo muro y construyendo el mismo puente. El desgaste es la más sibilina y eficaz de las guerras, porque ataca a nuestro motor más primario; ataca a aquello que nos hace seguir adelante, ataca a la voluntad, a la motivación y a las propias causas. Pensamos, debatimos, actuamos, queremos cambiar la realidad. Y quizá deberíamos imaginar a Sísifo feliz, y pensar que la lucha y el esfuerzo por llegar a las cumbres basta en sí para llenar los corazones, por más que siempre (siempre) tengamos que volver a bajar y comenzar desde el punto de partida.
Hoy ha salido la noticia en eldiario.es, la
catedrática de Filosofía del Derecho María Elósegui (San Sebastián, 1957),
nueva jueza española del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo (TEDH), ha
vinculado en libros, artículos y entrevistas la homosexualidad con distintas
patologías y defendido en sus escritos que los transexuales deben someterse a
terapias "psicológicas y psiquiátricas".
“Quienes construyan y realicen su comportamiento sexual de acuerdo
a su sexo biológico desarrollarán una conducta equilibrada y sana, y quienes se
empeñen en ir contra su biología desarrollarán distintas patologías. Eso está
claro".
Ella es la representante de España en el Tribunal de Derechos
Humanos. Un resultado coherente con el soterrado filofascismo de las políticas
patrias, que cada vez es más descarado. Nos queda lo peor; nos quedan días de
explicaciones, de correcciones, de puntualizaciones sobre el tema. Nos queda
escuchar que no tiene nada en contra de las personas reconocidas bajo el
paraguas LGTBIQ+, que no quería decir eso, que son opiniones, que no quiere
decir que no tengamos los mismos derechos, que tiene muchos amigos que...
Afirmaciones como estas desgastan, casi más, que una noticia como la de hoy. Son elementos peligrosos que circulan por nuestro discurso con casi total impunidad, y van dirigidos específicamente a mantener la legitimidad de la desigualdad. Y aparece de nuevo sobre la base de argumentos (ay!) psiquiátricos, médicos, patológicos... en definitiva, de salud pública y de ese abstracto que convenimos en llamar la “protección del bien común”. Manipulación paternalista que sólo esconde jerarquías y violencia.
No somos Sanders, y sabemos que no debemos serlo. No ha de vencer
ni desmoralizarnos el eterno bucle del argumento falaz, que sólo oculta
torpemente estrategias discriminatorias contra personas en condiciones
vulnerables, por el hecho de ser quiénes son y de expresarse como se
expresan. Pero tampoco somos Sísifo ni debemos serlo. Si en nuestro cotidiano,
en nuestros deseos y afectos, y también en nuestra militancia, nos preocupa el
cuidado (como debe ser) y la protección de la vulnerabilidad; debemos atender
apropiadamente al daño epistémico que afirmaciones como la de Elósegui causan.
Sus políticas vendrán, y las combatiremos. Pero no debemos dar la espalda a la
erosión de la guerra de desgaste, porque la de hoy es sólo una de tantas
batallas. Y además de combatirla en sí (que, sin duda, lo vamos a hacer),
debemos también prestar atención y cuidar ese daño. Esa contaminación que causa
el propio desgaste.
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