“Por qué
los hombres violamos” es el título de una columna de opinión que Víctor Lapuente escribió ayer para el diario El País. Dentro, además, de una sección
titulada Claves. Comienza así, como
si estuviera dando una respuesta a su propio título: “En
parte, por la testosterona, que dificulta nuestro autocontrol. Aun así, con la
misma biología, los hombres cometemos hoy menos crímenes que en el pasado.
Con una
siniestra excepción. Seguimos agrediendo a las mujeres.”
El texto de Lapuente habla de ciencia de forma
genérica y utiliza para sus argumentos bases de “biología”, “psicología”,
“antropología” y “naturaleza” como si todos y todas compartiésemos un
significado único de lo que esos conocimientos albergan. Es un argumentario
tramposo y oscuro. En primer lugar porque cada cual, cada lector y lectora, puede
colocar en el cajón de lo que Lapuente denomina natural, biológico o antropológico lo que sea, lo que mejor
convenga al fin argumental del que quiera convencerse. Él mismo, de hecho,
mezcla estos conceptos con ligereza y da lugar a conclusiones extravagantes y
ciertamente peligrosas, como siempre que esta práctica se pone en
funcionamiento. Pero, ¿por qué peligrosas? Hay muchas razones, yo destaco tres:
A) La biología vino al debate público con
función de naturaleza, es decir, a
decirnos la última palabra sobre algunos presupuestos humanos. Esto es así (y
no de otro modo) porque es lo natural. La
naturaleza es estudiada por esa ciencia elástica que es la biología, y sus
resultados llegaron en su momento como sustitución de la última palabra divina.
Lo incontestable es lo que está así hecho o decidido por Dios. Pues bien, lo
mismo es hoy por hoy con los argumentos sostenidos sobre la base determinista
de lo natural (de lo cual nos informa
la biología). El problema de base es que esa naturaleza es un construcción; es una lectura, es una
interpretación humana convencional (y occidental, evidentemente, la que
nosotros manejamos). Igual que la idea de Dios. Y de la misma manera que hace
unos cuantos cientos de años alguien me hubiera mandado quemar en la plaza del
pueblo por cuestionar la idea incuestionable
y evidente de Dios, lo natural
viene a ocupar ese lugar como un cajón de sastre “científico” donde caben toda
suerte de enunciados. No van a quemarnos (de momento) por cuestionar los
preceptos que se defienden como naturales
y que son demostrados por la biología, aunque a algunos desde luego no les falten ganas
(ahí están los militantes ultracatólicos de Hazte Oír, que no utilizan
argumentos divinos, sino que decoran su autobús cisheteronormativo con
argumentos “biológicos”).
Y, ¿por qué? Porque lo natural siempre viene a decirnos que hay un patrón estandarizado y
que el resto, los que no cumplimos con ese patrón por lo que sea, somos una
copia errónea, en el mejor de los casos, o un monstruo antinatural en el peor. Volviendo al caso: No se trata de cuestionar la existencia de la naturaleza, como se
cuestiona la existencia de Dios; se trata de replantear críticamente las
lecturas ideológicas que se hacen sobre la naturaleza y sus reproducciones, y
que además utilizan el nombre de la ciencia para excusar comportamientos y, en
este caso, conductas violentas.
B) La naturaleza,
que como argumento calla toda otra respuesta, cumple esa función silenciadora
que siempre efectúa la última palabra: invisibiliza los razonamientos que están
de verdad tratando de llegar al fondo de los problemas sociales. Decir que los varones y las mujeres somos así, de cualquier manera, porque
la naturaleza así lo determina, es un
argumento que trata de invisibilizar las violencias que siglos y siglos de
patriarcado, como sistema social estructurante y totalitario, ha pretendido
naturalizar. Porque esa es la clave: la violencia estructural se naturaliza, es decir, se convierte en
algo de siempre, algo casi ya
tradicional, que pertenece a la costumbre, y que percibimos como natural. Pero no es así, señor Lapuente, por mucho que usted, sea o no sea
consciente de ello, lo pretenda. El
patriarcado no es natural, no está en ningún lugar de la naturaleza, y no puede
ser estudiado por la biología. El patriarcado es un sistema de opresión
cultural, social y política, elementos todos que son exclusivamente humanos.
Ni Dios ni la naturaleza tienen nada que ver con nuestra vergonzosa y muy
humana forma de hacer política y de convivir en guerra, competitividad y
jerarquías entre nosotros y nosotras. “Como advierten los antropólogos, las
ratios entre hombres y mujeres determinan las actitudes sexuales de los
primeros. Ya sea en la selva amazónica o en las universidades americanas, si
los hombres son mayoría, invierten esfuerzos en construir relaciones saludables
con las mujeres. Si son minoría, prefieren el sexo esporádico y se vuelven más
violentos.” Con esto no quiere decir el autor (ya lo sé: parece lo contrario)
que haya que sacar a las mujeres de la esfera pública y política para retornar
a estadios (imaginarios) de menor violencia. No. Lapuente quiere decir que hay
que educar en la igualdad de género para acabar con esta tiranía biológica testosterónica
que nos determina a los hombres a ser violentos.
C) Estos argumentos naturalizan las agresiones, dado que son provocadas por agentes que
no podemos cuestionar, son naturales, vienen de base. Y naturalizar las
agresiones tras el sempiterno escudo de la biología es invisibilizar y
despolitizar las estructuras que provocan y protegen esa violencia. La naturaleza no determina quién es hombre
y quién es mujer, y cómo nos comportamos entre nosotros y nosotras, como
animales que somos. Ese es un discurso esencialista que dejamos atrás hace
años, al menos quienes sabemos que el género es una construcción social, un
sistema de opresión y que, por suerte, puede combatirse y cambiarse; como lleva
haciendo la lucha feminista desde hace mucho tiempo. El texto argumentativo
de Lapuente se corona finalmente con un giro inesperado: los varones no somos
otra cosa que las víctimas de esta biología determinista. “La desigualdad de
género de un país predice el exceso de muertes masculinas por causas
conductuales. El patriarcado es también terrible para la salud de los hombres.”
La naturaleza como orden del mundo,
vuelve a actuar. La naturaleza convierte al verdugo en víctima en menos de dos
líneas. Y en algo más de cuatro párrafos el argumentario de Lapuente ha cruzado
y rebasado todos los límites de lo aceptable. ¿Lo peor? Quizá que él mismo está
convencido de haber escrito un texto desde el lado de lo correcto.
Esa ceguera de la que el autor hace gala, no es
casual ni es, desde luego, natural. Es una ceguera epistémica sostenida y
legitimada por un sistema opresivo, patriarcal y esencialmente misógino, que se
reinventa con nuevos lenguajes cuando ya no es sostenible el empleo de otros. Los
argumentos que justifican o excusan la violencia tienen siempre el mismo origen
y la misma voluntad perpetuadora, por más que se disfracen de otra cosa. La
buena noticia es que ya sabemos cómo combatirlo, y no vamos a dejar de hacerlo.
Vuelta a atrás, o vuelta a lo mismo o no hay manera de avanzar según quiénes.
ResponderEliminarLa Antropología ha estudiado mucho esta cuestión: Naturaleza vs Civilización y se demuestra que la Naturaleza es una construcción cultural, pues el hombre (y la mujer), sin elementos culturales que lo incardinen a su sociedad, no llega al estatus de Humano (Socialización). Por tanto, para el ser humano, "todo" es "cultura", pues si no, sería una bestia. Otros desarrollos, variables, describen qué es lo que hace que una sociedad, tome unos valores u otros, adecuándose a estrategias de todo tipo. Una de ellas, es el avance del Neolítico, el almacenamiento de cosechas, la riqueza, la estratificación social, la religión y la necesidad de saber quién era el padre de la prole. De ahí, el Patriarcado. Nada más (ni menos).
ResponderEliminarEse discurso bilogicista que se mantiene y se perpetúa en los medios solo sirve para jusificar este desastre. Muy buena rflexión, Víctor. No había leído la columna de Lapuente. Una vez más, gracias.
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